miércoles, 27 de junio de 2012

Si no está en la Avellaneda…

Con los pies bien plantados en el Centro de mi Habana, y los pisos –otrora fastuosos-, de sus amplísimos portales, ya bien gastados -desde los remotos tiempos de mis primeros pasos, o los de mis abuelos-, por el ir y venir constante de millones de pies a lo largo de tantos años. Sus paredes y columnas, decoradas por el hollín de siglos, el paso de los ciclones, vendavales, e historia y muy al pesar –por suerte- de algunos espacios, decorados con coloretes sin fijador, y cristales baratos, que no han logrado, amén del triste esfuerzo y el mal gusto, reducir su soberana altivez y prestancia, disfrazándola de moda y comercio, está la calle Reina, también Padre Varela. La misma que aparece en los constantes sueños de cualquiera de los chicos que la recorrimos a diario desde Carlos III hasta Galiano, venidos de la Mario Muñoz, la William, la Martí, la Galarraga, el pre de La Habana, y muchas de las otras escuelas de nuestros barrios, para llegar a un sitio bien pequeño, tan humilde en apariencia, como en apariencia humilde es su función: la librería Avellaneda, la Canelo –libros raros y de uso-, visita obligada no solo de estudiantes, maestros, y profesores, por mucho tiempo, en busca del libro bueno y barato que, de seguro, no aparecería en ningún otro lugar. Una librería que, se calcula, tiene alrededor de 162 años. “En el año 2006 -explica Guillermo Lima, el actual administrador-, se publicó un artículo con el título Si no lo tiene Canelo..., donde se cuenta la historia de la librería y su fundador, un gallego que recorrió diferentes lugares de la ciudad -por allá por el año 1844-, con el negocio de venta de libros, hasta finalmente radicarse aquí. “Durante mucho tiempo -continúa Guillermo-, las genialidades de Canelo, se dice que fueron recordadas por tradición de padres a hijos y se habló mucho de su memoria, por ejemplo, cuentan que un vivo podía llegar apurado con un libro en la mano y preguntar, cuánto me das por esto, Canelo. Y él, sin inmutarse, y hasta con una sonrisa, respondía: Coge dos pesetas y pon el libro en donde lo cogiste. Que no había quien le engañara, y que conocía hasta el más sencillo de los folletos de su librería. “Actualmente somos cinco quienes trabajadores aquí. Las libreras Adela Atala, Mercedes Herrera y Mayra Gómez; el comprador, Lázaro Pitaluga, y yo; todos enamorados de los libros.” Conversamos también con Mayra Gómez, traductora, graduada de Información Científica y Bibliotecología, y con muchos años de experiencia en este trabajo.“Yo amo el libro” –dice-, y ante nuestra pregunta de cuál es la diferencia que ve entre este tipo de establecimiento, y las librerías de nuevo, responde orgullosa: “La diferencia es grande, las posibilidades para el público de todo tipo son mucho mayores. Aquí se puede encontrar cualquier cosa, y más económico”. “La Avellaneda tiene la ventaja, quizás, de su ubicación, pero me parece que también de su historia. Como puedes ver, los lectores nos visitan bastante; y a veces creo, no hay nadie en La Habana, que le gusten los libros, y no la conozca”. Viéndolos moverse por el lugar, y comunicarse con el público, me convencí, una vez más, de lo que dice mi amigo Gustavo: “el librero, además de portador de cultura y estar preparado académicamente, debe ser un lector voraz, buen comunicador, y poseer un conocimiento amplio, más allá de la historia de la literatura y sus clásicos. También tiene que gustarle lo que hace, y sentir placer a la hora de vender un libro”, como muy bien lo hacen todos allí.

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