viernes, 4 de mayo de 2012

Narrativa cubana del siglo XXI (2)

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Entrevista al doctor Emmanuel Tornés Reyes

Félix García Acosta (Felo)

Foto de Mario Martínez (aparece el autor de este texto (Felo) y el entrevistado)
El doctor Emmanuel Tornés Reyes, profesor universitario, investigador y crítico; especialista en literatura hispanoamericana, es autor, entre otros títulos, de ¿Qué es el postboom?, Contar es un placer –cuentos de autores hispanoamericanos- y, Entre los poros y las estrellas –también una antología, esta vez, de autores cubanos contemporáneos-. Emmanuel es miembro de la UNEAC y del Ateneo de Teoría y crítica Literaria de ICL.
“Sin tomar este criterio como algo oficial, como una normativa –trata de verlo más bien como una opinión personal–, pienso que para nosotros el siglo veinte culminó literariamente a finales de los años ochenta. Hasta el cierre de ese decenio nuestra ficción  -tanto la novela como el cuento- lucía con sobriedad los tonos insulares de una estética posmoderna mientras en lo interno presentaban un pensamiento utopista, y valga la redundancia, bastante idealizado, lo que nos mantenía con una visión moderna tradicional, algo que se prolongaba desde los lejanos años sesenta.
“A pesar de eso, con los acontecimientos de los noventa, por todos conocidos, la literatura de ficción se hace eco de inmediato de la nueva perspectiva y de la realidad cotidiana que la crisis trajo aparejada; los rasgos estilísticos que ya venían mostrándose a finales de los ochenta enriquecieron sobremanera el espectro temático Habiendo vivido todas estas décadas y leído sucesivamente la narrativa de cada período, he podido llegar a la conclusión de que, salvando las diferencias entre unas etapas y otras, nunca como a partir de la década del noventa se experimentó con sentido tan hondo, tan ríspido, tan duro, nuestra existencia y, en consecuencia, hubo una transformación tan tajante de la novela y el cuento. Aparece, entonces, una nueva formulación del quehacer narrativo, o al menos se avizoran elementos que ya sobrepasan el lapso posmoderno.
“La inclinación por ciertos críticos de analizar o estudiar los procesos y grupos literarios siguiendo un principio temático no es nuevo, siempre ha habido quienes piensan que de ese modo se conoce mejor algo tan complejo. De igual modo ha existido su contrario, definirlo a partir de sus experimentalismos formales. En mi opinión ambas posiciones, aunque respetables, son parciales y, por tanto, algo reductoras. La obra literaria se debe estudiar como un todo aunque metodológicamente tengamos que parcelarla para descifrar sus peculiaridades internas.
“Con los fenómenos literarios ocurre algo parecido, acudimos a sus componentes internos para ver luego qué los distingue como hecho de época. Y en ambos casos viéndolos también en sus nexos con los imaginarios de su tiempo, con las circunstancias históricas que lo rodean.
“Repito, si bien usted puede de modo parcial referirse a alguno de los extremos comentados e incluso considerar a partir de las nuevas teorías de la complejidad que la parte es capaz de visualizar el todo, lo aconsejable es recordar que la obra literaria representa una construcción artística temporal (y paradójicamente intemporal cuando alcanza niveles de excelencias) en la que se dan cita de manera armónica e indisoluble un conjunto de elementos que hacen de ella un objeto estético y comunicacional sui generis, una unidad artística con sus leyes propias, un producto de la subjetividad. Claro, a veces es más cómodo referirnos a las cosas que dicen las obras soslayando cómo lo dicen, olvidando, como alguien dijera, que el mensaje es la forma y la forma el mensaje.
“Como cualquier otra esfera del saber, la literatura está en permanente búsqueda, pobre del autor que ante cada novela o cuento (o poema u obra teatral) no se plantee nuevos retos y desafíos superiores. Nadie cuestiona que un químico, un físico o un matemático estén de continuo experimentando; la ficción como ejercicio del saber no es diferente en ese sentido, ella necesita ampliar sus horizontes, buscar nuevos caminos de acceso a lo conocido desconocido, a lo presente no visto, a lo oculto bajo las máscaras de la cotidianidad.
“Otro problema es el del autor que se crea –como pasó con los epígonos del Boom o los del Posboom– que para ser un escritor moderno o posmoderno debe añadir esto, esto otro y lo de más allá, para lograr un texto ficcional de tal o más cual rumbo estético. Algunos se lo creen y hacen eso. Grave error. Claro, la situación se les facilita cuando otras personas, quienes deben definir en las editoriales la calidad de las obras, quienes deben seleccionarlas para su publicación, no cuentan con una sólida preparación cultural (incluida la actualización teórica de los caminos de las letras), ni una vasta experiencia de lecturas, ni la suficiente sensibilidad y ojo crítico para hacer propuestas de relevancia. Entonces si estas condiciones no están presentes, los seleccionadores se encandilan con cualquier texto que haga dos críticas desenfadadas, trabaje con el espacio de lo gay, del jineterismo, o desborde las páginas de metadiscursos, intertextualidades gratuitas y un largo etcétera que en fecha no lejana sólo servirán de materia prima para hacer papel.
“Y que esos textos los encontramos en todos los sitios, es verdad. Quiero decir con esto que el problema de la comunicación textual deviene compleja pues obedece a muchos mecanismos. Lo que debe interesar a un autor es que su obra alcance la mayor calidad posible y al lector superarse cada vez más. Una obra mientras más compleja sea más niveles de lecturas y más conocimiento proporcionará. Pero ser compleja no significa ser críptica. Incluso la complejidad casi siempre está soterrada. Las mejores obras del Posboom, por ejemplo, permiten que la mayoría de los lectores accedan a ellas, puedan leerlas con agrado por la filosofía estética que manejan, por su búsqueda de la narratividad. Sin embargo, sólo los lectores mejor preparados consiguen llegar a los niveles más ocultos albergados en sus amenas historias.
“Por muchas razones. Unos porque siguen apegados a patrones estéticos de los años sesenta (incluso anteriores) y quieren seguir viendo la reproducción de aquellos patrones ideológicos y formales. Otros porque carecen de suficiente información, están des actualizados en relación con las modalidades contemporáneas de expresarse la literatura y, por consiguiente, no ven en esas ficciones los ángulos secretos donde se cifran sus autenticidades estéticas y conceptuales. Otros porque se resisten a los cambios.
“No faltan los que consideran a los medios una plataforma cultural “inferior” y cuando ven a un cuento o novela apropiarse de las estrategias mediáticas, les parece que estos han hecho una herejía, que se han degradado. Y, por supuesto, porque hay también autores descuidados, de ínfimos recursos que solo logran producir páginas como al papel carbón, algo parecido a los cultores más pobres de ciertos géneros musicales de nuestro tiempo (la salsa, el reguetón). Ahora bien, el intercambio acaecido entre Posboom y los medios fue algo importantísimo, constituyó una de las soluciones más sabias de la narrativa de ese período. Falta aún por estudiar bien hasta qué punto sus novelas y cuentos lograron rescatar para la buena lectura los inmensos espacios que los productos banales de los medios le habían arrebatado a la literatura cuando los epígonos del Boom empezaron deformar los logros de los novelistas de los años sesenta.
“Un narrador escribe supuestamente para sí mismo y para todos los lectores que quieran acceder a su universo estético. Sé a lo que te refieres, a aquellos autores que viven para el simple regodeo del amigo escritor, del crítico o del jurado. Tienen su derecho a hacerlo, pero los lectores en mayor cuantía verán si esa novela o libro de cuentos funciona, si resulta un mero artificio o si llega a ser una obra de arte vital. La literatura es un misterio, a veces obras que fueron escritas para “regodearse” terminaron siendo títulos muy leídos por muchos lectores. Claro, todo dependerá de si el texto es hecho con calidad o sólo con afeites, si escrito por un creador o un falsificador. Por tanto, lo importante es saber discernir si estamos ante una construcción imaginativa de reales valores estéticos y humanos. “En el fomento de esa capacidad de apreciación desempeñan un papel decisivo los críticos, los profesores universitarios, los especialistas literarios, los estudiosos de la literatura y junto con ellos los medios. Por eso siempre he creído que la escasa crítica literaria en las revistas y periódicos de grandes tiradas es fatal y también la dudosa calidad de algunos que ejercen la labor crítica. Hacen falta espacios, columnas fijas en la prensa de crítica literaria, hacer periódicos de un buen número de páginas para que diariamente o al menos tres veces a la semana aparezcan comentarios críticos de personas con talento e informados sobre novelas, libros de cuentos o poemarios. Por ejemplo, todos los periódicos debieran tener los domingos un espacio fijo de comentario literario, de comentario de novedades literarias. Si esto es deficitario, el gusto estético se va extraviando porque no halla suficientes asideros de orientación.
Ante la pregunta de si en Cuba se escribía una sola novela a muchas manos, expresó:
 “Mira, no me parece que ese criterio sea justo, aunque pueda existir un cierto segmento de la producción literaria merecedora de ese juicio, tal y como también lo hacemos con respecto a determinada música repetitiva, de pobre realización, hecha por algunos compositores y músicos que no se inquietan tanto por eso que llamamos calidad, así vino sucediendo con no pocas agrupaciones de música salsa y en la actualidad de reguetón. El problema estriba en que un proceso literario no escapa a diferencias cualitativas, tampoco lo logra siempre un escritor. En una literatura conviven, por lo general, textos de excelencia, textos buenos, textos regulares y textos malos, no porque nadie lo disponga así; quisiéramos que las obras fueran siempre de primer orden, pero ello es imposible porque el ser humano no es una máquina.
 “Aquí me parece aplicable parte de lo que decía en la pregunta anterior: la presencia cotidiana de una crítica especializada, competente junto a los rigurosos procesos de la enseñanza y la estructura cultural a lo largo y ancho del país. Sólo así podremos disminuir esa supuesta visión única de la narrativa. Yo sostengo que nuestra ficción es una de las más sólidas de la región, no la única, pero sí está entre las de mayor relieve continental cualitativamente hablando. Incluso a pesar de esas muestras de pereza estética consubstanciales a cualquier literatura.
“Bueno, ojalá la aventura que refieres fuera para bien, en el sentido de alcanzar estadios superiores del idioma; porque por ahí se ven textos que no sabemos a ciencia cierta si lo que mascullan corresponde a nuestro dúctil y hermoso idioma. Cada autor potencia en una obra –a veces de manera inconsciente– un aspecto específico de su composición, pero sin olvidarse de los demás elementos porque de suceder así la lectura se resiente y la novela o el cuento dejan de funcionar con eficiencia estética y cognitiva. Recordemos lo ocurrido con el “nouveau roman” francés. En los años sesenta Lezama Lima privilegió la aventura del lenguaje en Paradiso, pero sin olvidar los otros componentes de su novela. Por lo común ese fue un lapso en que el lenguaje cobró alientos poéticos inusitados. El crítico chileno Fernando Alegría solía decir que el lenguaje era el personaje más importante del Boom.
“Pero ninguno de los autores del Boom soslayó los otros ingredientes. Privilegiar solo un aspecto con desmedro de lo demás, ocasiona serios trastornos al texto. Lo he podido observar en los concursos literarios en los cuales he sido jurado. Ha habido cuadernos de cuentos, por ejemplo, con un elevado manejo del lenguaje que me han entusiasmado, pero han olvidado el funcionamiento de la historia, o el tratamiento de los personajes u otras aristas del relato. Entonces no ha quedado más remedio que desestimarlos porque han roto el imprescindible equilibro de la obra. La novela y el cuento trabajan con el idioma y deben utilizarlo con la mayor gracia, pero sin olvidar que ese es el medio para lograr todo lo demás, aquello que hace a una y a otro una novela o un cuento”.







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